Me acababa de fundir una caja de coca colas de botella de cristal y saqué un cigarro. Hotel de cinco estrellas, con esas moquetas con coronas bordadas en oro. Parecía un hotel importante venido a menos, pero conservaba los lujos, y las caras de los recepcionistas cuando tenían que llamar de usted a un vagabundo sin afeitar como yo, me la ponían como una piedra. Un cretino que pone la música alta, entra y sale todo el rato, te vacía el mueble bar, y fríe el teléfono del servicio de habitaciones. Amaba todo menos echar en falta algunas soluciones versatiles a la soledad en Madrid.
"En el puerto de Vigo, en la zona deportiva, donde amarran todos esos pequeños yates y veleros pijos, hay un faro. Se extiende un largo dedo de cemento hasta él, por donde pasear por la noche. No parece un sitio donde vaya mucha gente, y eso es de lo mejor. Hay un pequeño muro bajo y ancho en torno a un lado de ese dedo, y sentado allí, mirando la masa negra de agua de puerto nocturna, te encuentras. Vigo ordena tus prioridades, y tiene la capacidad de simplificarte la vida. Si hay alguien especial en tu vida, llevale al faro del puerto sientate con él o ella en el basto muro y mantente en silencio, las luces rielan en el agua y solo habrá una certeza. Ve allí. Sólo cuando estés perdido o perdida. Id a sentir."
"Y en ese instante con la arena entre los dedos, se buscaron y se encontraron, mirada de sueño, ojos de niños, y sólo costaba trabajo separarse."
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