Noté la barandilla fría del balcón. Era metálica, de herrería, con formas como de hojas en las juntas de los barrotes. Todo estaba muy cuidado allí. La barandilla estaba fría pero fuera hacía calor de noche de verano y se veían las luces de Moulin Rouge brillando a un puñado de metros de nuestra habitación.
La luna brillaba grande y tenue y nos miraba con cariño, con un cariño de hermana mayor, que admira cómo crecemos. De repente todo tenía sentido, toda la sensualidad, las sábanas de satén doradas en la inmensa cama, los suelos de madera brillante, el hielo en la cubitera y el moët y el pequeño rosal en el patio. Quise parar el tiempo allí, que nadie me echara de menos, no tener un sitio donde regresar, quise criar a mis hijos allí, quise ser abuelo y morir allí, todo junto y que no acabara nunca. Una copa medio llena y burbujeaba al pasar por mi tripa, sostenía por unos dedos finos y largos con una manicura impecable. Yo nunca cuidaba de mis uñas, no era por hombría ni detestaba los cuidados personales, era mi absoluta pereza. Cogí la copa y me giré para admirarla de cerca.
- Maldita seas, maldito sea yo, porque tienes que ser un pecado.
- Malditos seamos juntos, pues. -Replicó
Mirarla era morir en sus ojos. Tenía esa capacidad de deshacerme, de hacer que sintiera que no valdría para hacer nada sin estar a su lado, y alejarse de ella era alejarse de la vida, del aire, del oxígeno y de la sangre. Amarla me daba vida. Nunca moriría en realidad mientras siguiésemos juntos.
Aparté un poco el pelo de su cara, aunque nunca se lo dejaba detrás de las orejas, me gustaba como le caía enmarcando el corte de su mandíbula. Levanté mi copa hasta la altura de mi nariz, ella hizo lo mismo. Brindamos suavemente. "Por nosotros", dijo. "Por nosotros", dije. Bebimos un trago, la besé, sontenía su nuca en mi mano y la apreté contra mí. Me besó. Nos abrazamos.
- Sabes, aquí me siento en paz, en mi hogar. - Dije.
- ¿Y en nuestra casa no?
- También.
- ¿Y en la buardilla?
- Por supuesto.
- ¿Y en la calle?- Aguantaba una media sonrisa que crecía con cada pregunta.
- Claro. Tú eres mi hogar, somos lo mismo. Vivo en ti como tú en mí.
- Me gusta dónde vives.
- Sabes, esa sensación que tienes, cuando piensas en tu "yo" interior, en lo que eres realmente y te localizas en tu cabeza? como justo detrás de tu frente, lo que realmente existe de ti, ¿La conoces?
- Sí.
- Pues yo vivo detrás de tu frente, sobre tus cejas, entre tu pelo.
- ¿Y yo dónde existo?
- En todas partes.
Hicimos el amor, luego se durmió sobre mi pecho. Por la mañana desayunamos tostadas con mantequilla y café y zumo de naranja. Habíamos tenido suerte, nos habíamos encontrado.
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