lunes, 23 de agosto de 2010

Arquitectura efímera.

El agua de una pequeña ola derrumbó parte del castillo de arena y ella dejó escapar un bufido. Ella, con una mueca de enfado y las manos en las caderas, se levantó y miró las ruinas con gesto decepción.

- No te caigas! Ahora te voy a rehacer, y como te cagias de nuevo te voy a doy de patadas y me voy a coger caracolas!- El castillo no repondió.

Pensó en olvidarse de su proyecto urbanístico y rehacer el edificio en un rinconcito lejos de las olas, pero la arena allí era mejor mojada, y además, eligió ese sitio y no otro para edificar, y ahí habría un castillo, fuese como fuese. Apiló otro montón de arena y le pasó las manos mojadas por encima. sus manos eran pequeñas, pero hábiles, y con la herramienta necesaria de duro plástico de colores, quedaría impecable, lo sabía. Se mordía la lengua y el labio y fruncía el ceño apretando bien la arena mojada contra la seca. Ya había hecho muchos, sabía como hacerlos a la perfección. Pronto tenía el sol cayendo y sabía que sus padres intentarían frustrar su ansia de creación hasta el día siguiente, pero debía acabarlo antes del atardecer, y lo iba a hacer. Brillaba el sol aun con algo de fuerza sobre sus coletas llenas de arena, sus ojos desprendían esperanza. Al cabo de un rato, tenía su castillo casi listo de nuevo, con la torre reconstruída aun mejor que la anterior, con churretes de arena en la base y huecos como ventanas, ya estaba a punto. Se levantó de nuevo y corrió unos metros orilla adentro, y seleccionó cuidadosamente las conchas mas bonitas para coronar el castillo. Se llenó las manos antes de volver a la obra para rematar el trabajo.

Al volver, vió un intruso al piel de su castillo, era un niño delgado, con calcomanías en los brazos con el pelo rizado negro y revuelto, aún mojado, ¡y estaba hurgando en su castillo! Corrió de nuevo hacia su parcela feudal y soltó las conchas a los pies del niño.

-¿Qué haces en MI castillo?

-Un foso.

-¿Quién te ha dado permiso?

-Nadie.

-¿Para qué sirve un foso?

-Para que las olas no lleguen. Así nunca se caerá.

-Eres un niño raro.

-Pues a mí me gustan tus coletas.

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