sábado, 18 de mayo de 2013

Fábula.

En la jaula de cristal la princesita,
un país de maravillas,
una caja de cerillas y un cigarro,
un príncipe encantado que atesora las colillas,
en la puerta de la jaula de una villa sin horarios,
harto ya de calendarios, apuró una caladita,
sacudió el polvo en sus manos, cogió aire y carrerilla,
abre puertas a su paso, con paso firme y pensado,
lo ha soñado tantas veces que conoce ya el camino,
remolino en el estómago, y cual mago del delito,
atravesó los controles como importando un comino,
caminó por el pasillo, hasta llegar a la sala,
donde pasar no se puede, la jaula donde descansa,
su alma blanca, su bufanda, su vida sin propaganda,
juntó todo entre sus cejas y abrió en banda, irresistible,
y allí estaba impenetrable fortaleza de pestañas,
que cerradas como cofres le esperaban y acudió hasta su llamada,
y cogió su mano y apartó su pelo,
acercó boca al oído, y un te amo, y un te espero,
y un permiso de besarla, y la princesa dormida,
movió sus labios de fresa para un sí, de sin saliva,
las guardianes de la jaula corrían a detenerlo,
sin saber que panacea eran los labios sinceros,
y antes justo de prenderlo, besó los labios de ella,
y al apartarle los guardas, ella movió la cabeza,
buscándole entre tinieblas, los guardias se congelaron,
y besándose entre sueños despertaron, con los ojitos cerrados,
la princesa respondía a sus caricias, 
y las lágrimas del príncipe maldito se volvieron purpurina,
y ahora nadie molestaba o detenía,
mientras ellos se comían a besos ella le dejó ver sus pupilas,
y así empezó un final de pesadilla,
un principio de la historia mas intensa que se contará entre líneas,
y ese día y desde entonces cada día,
hay besos y caricias despertinas en un lecho de familia.

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