miércoles, 30 de enero de 2013

Tuviste que nacer francesa.


Tuviste que nacer francesa, y quizá así fue, no me sorprendería. A veces la intuición del otro, como en el resplandor, le chiva que tiene que actuar rápido, que algo no va bien, que algo falla, y esa persona corre al auxilio del otro. Que va a ayudar al otro, una alarma por dentro, y sencillamente salta, corre, y abraza, calma, llora, e impide que el otro llore, y ambos se levantan. Otras veces sencillamente no pasa. Supongo que a veces no somos tan intuitivos... Total, un drama.






Mataría por hueco entre tus brazos hasta el alba,
moriría por morirme si con ello despejas tu alma,
y despertarme entre tus sábanas, 
oliendo a nuestro encuentro y a café molido de tus manos blancas,
que te duermas en mi pecho mientras cuento,
las estrellas de tu techo enredado entre tu pelo,
que despiertes agarrándote a mi cuello,
que me llenes de babas la almohada, sé real, soy cierto,
un cretino y tengo nombres y apellidos,
y sé que los conoces mas allá de unos seudónimos vacíos,
que de necio tengo todo y  de crío tengo lo mismo,
quiéreme que no te doy opción a que mi sitio no esté con tu sitio,
que pierda el hilo, y divague entre el humo y el sueño,
de una ducha caliente, cuerpo contra cuerpo entre el centeno,
y una foto de pareja en un espejo,
y una redención del corazón envueltos en tu terciopelo,
sé que soy como esparto para tu seda,
como lija entre tu suave piel de cera,
como zuecos de madera haciendo ruido en el pasillo hasta estar a tu vera,
y de verdad, si tu supieras,
sabrías que ya sabes mas de mí, y lo mas feo, y lo mas cierto que yo sepa,
que me pincho y sangro y como y cago y duermo,
y todo sin saber a qué me enfrento si no estás en el momento.

Bien.




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