La sombra del ciprés era alargada,
La calada áspera y la boca amarga, una voz hablaba,
Y el olor a Verano se fue como una primavera en vano,
cien pájaros volando ya tuvieron mano,
y el sonido de unas teclas huecas era de piano,
el olor a mezcla de bautizo y funeral pagano,
desvanecíase meciendo un canto,
bailando con una oración casi canción al raso,
un saxofón en el ambiente sugerente bajo, y caja y al tajo,
y el don vólvió para quedarse sentado a su lado,
al menos durante un rato, mortales víveres, amparo,
de una noche de excesos, de procesos delicados,
haciendole el amor a un verso que se tersa al tacto,
las uñas en la espalda de una linea de arpa, e intacto,
ese diamante extravagante y vacuo,
bailaba por las manos tornándose refinado,
y unos labios, y un sueño profundo en el pecho,
hizo de aquel momento único, atemporal, mejor que el sexo...
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