lunes, 11 de abril de 2011

Dadme una maldita tuba y seguro que le saco algo.


La sombra del ciprés era alargada,

La calada áspera y la boca amarga, una voz hablaba,

Y el olor a Verano se fue como una primavera en vano,

cien pájaros volando ya tuvieron mano,

y el sonido de unas teclas huecas era de piano,

el olor a mezcla de bautizo y funeral pagano,

desvanecíase meciendo un canto,

bailando con una oración casi canción al raso,

un saxofón en el ambiente sugerente bajo, y caja y al tajo,

y el don vólvió para quedarse sentado a su lado,

al menos durante un rato, mortales víveres, amparo,

de una noche de excesos, de procesos delicados,

haciendole el amor a un verso que se tersa al tacto,

las uñas en la espalda de una linea de arpa, e intacto,

ese diamante extravagante y vacuo,

bailaba por las manos tornándose refinado,

y unos labios, y un sueño profundo en el pecho,

hizo de aquel momento único, atemporal, mejor que el sexo...

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